Dámaso Jiménez / La Patilla
Luego de dos horas de espera es posible que corra con suerte y pueda cazar un pollo, un litro de leche, dos paquetes de harina PAN -porque las del gobierno no existen-, café, margarina, papel higiénico, un par de afeitadoras, jabón, desodorante, productos tan ansiados en cualquier hogar que pueden llegar a cambiar incluso hasta el ánimo y la esperanza de sobrevivencia de una familia en este país al revés, no importa que dejes tu trabajo botado, pospuesto tus planes, desatendido los pagos, abandonadas las responsabilidades cotidianas o dejado a los muchachos naufragando a la salida del colegio. Hace tiempo que vivir en Venezuela dejó de ser vida y se convirtió en este largo y caótico inquilinato en una cola.
Claro hay colas de colas. Hay unas tan largas como las pesadillas de un enchufado que se reencuentra con su pasado o su futuro próximo y que por lo general suelen ser las más frustrantes para adquirir productos. Otras en la que nunca se sabe si alcanzará lo poco que queda en existencia, porque son colas inagotables que requieren de mucho más tiempo, madrugar como si te fueran a sacar la sangre, o llenarte de valor para pasar la noche en ella.
Sin embargo hagas lo que hagas siempre te encontrarás con la nueva fauna del oficio, una especie de “outsourcing” o lobistas del buhonerismo social que administran cupos y sacan provecho de la crisis, gente que siempre llega primero o ya estaba sembrada allí antes que usted llegara y que fungen ser los ministros del poder popular para cada cola, los que traen la información ya validada por la hegemonía comunicacional del cuadrante caótico donde se encuentre, que son pana burda de los militares de la entrada, y que negocian puestos más adelante en la fila, saben qué se terminó o qué productos van llegando en el camión que recién se estaciona, y manejan como nadie el suspenso del pollo que está a punto de salir despachado al público.
Si las colas fueran frecuentes en países desarrollados ya Maduro habría logrado su cometido de convertirnos en potencia mundial, pero en las colas socialistas siempre reina la incertidumbre, porque nadie sabe que va a pasar ni cuándo volverán a sacar de este o aquel producto, ni por cuánto tiempo viviremos esta interfaz del desastre.
Además de carencia de alimentos y medicamentos prevalece el índice anual de asesinatos por cada 100 mil habitantes que es de 79 con miras a superar las 25 mil muertes del 2013 y 2014. El pueblo solo tiene instinto para arriesgar su vida en busca de comida y regresar, por ese camino pocos votos, cero cambios.
No hay que ser muy estudiosos de los números presentados por la Cepal sobre el crecimiento de la pobreza en 6,7% estableciendo el nivel más bajo del país en 48,4% para advertir que estamos cada vez más entrampados, que no hay medicinas, el colapso hospitalario es humillante, que toda la proyección de crecimiento social de la revolución se vino abajo y no quedó otra cosa que una ilusión barata detrás de la fachada revolucionaria con latón de cartel, que la desviación de recursos y la corrupción es inocultable, que con todo y aumento el salario mínimo quedó desmantelado en 25 dólares mensuales, la escasez supera el 70% y la inflación del primer trimestre del 2015 quedará registrada para siempre en los anales universales de un gobierno que destruyó la economía de un país para preservar su visión populista y clientelar en nombre del socialismo.
Según el editorial del periódico norteamericano The New York Times, “lejos de asumir responsabilidad por la crisis, Maduro y sus aliados han dicho que las carencias que sufre el país son culpa de opositores políticos a quienes acusan de facilitar una conspiración internacional”. Lo repiten miles de veces hasta terminar creyéndose que no tienen responsabilidades en la fórmula que convirtió un país próspero en otro paupérrimo y decadente en solo 16 años
El modelo socialista de los Castro cumplió de forma clara con su objetivo en Venezuela, destruyó el sistema económico basado en el emprendimiento, el mérito, la capacidad de innovación y producción y nos condenó a la miseria y la pobreza para poder controlarnos desde todas las instancias con cada vez mayor represión, pero ya este sistema no da para más, colapsó.
Luego de su ostentoso e inútil viaje por el mundo Maduro ahora exige austeridad. Intenta romper el fenómeno de las colas por escasez y desabastecimiento insultando la inteligencia de los necesitados, “Los que hacen cola son anormales”. La verdad puede que tenga razón, hasta ahora ninguna de estas colas nos está llevando a ninguna parte.
Ahora que somos un país desfalcado en sus finanzas, lo único que conspira en contra del gobierno socialista es la realidad, nunca asimilada por la burbuja paradisiaca en la que habitan.
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