DÁMASO JIMÉNEZ | EL UNIVERSAL
No cabe duda que el cáncer de la corrupción terminó haciendo metástasis durante estos 15 años como un problema moral, pero nadie parece darse por enterado mientras cercan al país con la recién estrenada habilitante.
Esta lucha por el poder desde las entrañas del chavismo le restó importancia al tema moral y convirtió el problema de la corrupción en una guerra política sin cuartel entre la elitesca pléyade de altos funcionarios que utilizaron al Estado para su propio beneficio.
En cada uno de los episodios protagonizados por Chávez, como el tema de las expropiaciones, Cadivi, la importación de alimentos desde Argentina, Colombia o Nicaragua, la entrega de recursos vía maletines a gobiernos parásitos, las miles de casitas prometidas pero jamás construidas con tecnología foránea, siempre hubo una danza de lobos leales al patrón haciendo lobby y cuidando carne como zamuros, una chanza de vivos que siempre encontraron la fórmula de saquear las riquezas del país para vivir con ese donaire de los mafiosos, torcer voluntades a su favor, y preservarse en la lucha por el poder a expensas de la epopeya revolucionaria, siempre bajo la sombra del supremo que todo lo controlaba, lo decidía y lo permitía, para después sacarle provecho.
En siete meses de gobierno, Maduro ha demostrado una pesada ineptitud para afrontar las principales taras que agobian el país, al tiempo que su desgastada imagen como el ungido hijo de Chávez luce cada vez más corroída, sin embargo sigue raudo, veloz y en línea recta como un misil disparado, en su afán de propinarle un golpe severo a las libertades económicas y obtener el máximo control de lo que entre y salga del país a futuro, de cuánta gasolina pueda dispensar a cada vehículo, de la marca de electrodoméstico que usted podría tener en su casa y, en resumidas cuentas, del racionamiento que marcialmente estamos comenzando a sufrir como prisioneros de una economía de guerra declarada.
Como en la miniserie "Under the dome" inspirada en la novela de Stephen King y producida por Steven Spielberg, sobre un pequeño pueblo que una mañana de otoño queda inexplicablemente atrapado bajo una cúpula indestructible que los aísla por completo del mundo, así la habilitante de Maduro intenta secuestrarnos de la economía real del mundo exterior, decide cuándo las aerolíneas deben dejar de vender boletos, se inventa una realidad paralela donde su protagonista en este paralelo funge de presidente, institución, parlamentario único, juez, patrono y majestad, con funciones de carcelero y dueño absoluto de los destinos de la nación, con potestad y peso para decidir quiénes son los culpables de todos los males y sin escuchar a nadie.
Como es lógico esta nueva habilitante deja más preguntas que respuestas: ¿Quiénes les permisaron los dólares a los comerciantes a 6,30 a sabiendas que vendían los productos a precios especulativos? ¿En la revolución nunca ha existido control? ¿Por qué Chávez no hizo nada en su momento y por el contrario se valió de estas grandes importadoras para regalar electrodomésticos en cada una de sus campañas electorales? ¿Para qué utilizar una habilitante con el propósito de identificar e investigar los procesos financieros de quienes recibieron dólares como testaferros o boliburgueses, si siempre han estado cerca del gobierno como leales colaboradores de esta revolución clientelista? ¿Si la corrupción es la indebida apropiación de los dineros de la nación, por qué Maduro acusa a este sector de corrupto si no son administradores de la cosa pública? ¿Será que Maduro está al tanto que uno de los propietarios de negocios más acaudalados del país es el propio presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, con denuncias en su contra por 17 casos de corrupción en su gestión como gobernador de Miranda, seguido por otros importantes "intocables" del proceso revolucionario que ya no pueden esconder las mieles de su riqueza súbita?
Será que algunos de los protegidos saben que independientemente de la habilitante, los delitos de corrupción no prescriben. En todo caso, Maduro lo que debe hacer es establecer los mecanismos concretos para que devuelvan lo robado o establecer penas integrales, como están solicitando en Argentina, para que los familiares de quienes han sido corruptos no terminen haciendo vida de ricos con dineros mal habidos y sustraídos al Estado.
Pase lo que pase durante este año de superpoderes, ninguna de las leyes que promulgue Maduro hará que los alimentos que ya no se producen en el país por la destrucción del aparato productivo, aparezcan en el mercado por arte de magia. Por el contrario, ya se sabe que una vez que los satanizados comerciantes queden en la ruina ante la incapacidad para reponer sus inventarios, se dispondrá de la compra de electrodomésticos al mayor para ejercer la política del garrote y la zanahoria en esta nueva etapa autoritaria, que de seguro contará con mercado negro para todo lo demás. Así es la vida en el domo de Maduro.
@damasojimenez