JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
El taxista me descubre por el acento apenas le digo la dirección a donde me dirijo. Usted es venezolano, me dice, yo viví varios años en su país, en Maracay, y en Valencia. Bonito su país... y entonces se vivía bien, cómodo. Gente buena la suya. Ah y el clima. ¡Qué maravilla! ¿Y a qué vino a Lima? ¿Por trabajo? Le explico que estoy de paso, un poco extenso el tiempo de la velada, pero de paso al fin... y a gusto. Él sonríe por el retrovisor. Ahora vienen muchos venezolanos, me dispara, con esa manera de conversar de los taxistas como si hablaran con el techo. A cada rato se sube uno. Llegan por montón, sabe. Casi siempre van a Polvos Azules. ¿Usted no ha ido, señor? Le digo que no, no soy asiduo. ¡Ah! pues fíjese, allí hay varios lugares con letreros que dicen "Se raspan tarjetas Cadivi", y llegan sus compatriotas con varias tarjetas de crédito, pagan su comisión, y salen con dólares directo a comprar allí mismo en las tiendas todo tipo de playeras, chompas, bluyines. Salen cargados, a veces hasta directo para el aeropuerto. ¿Usted no quiere raspar su tarjeta? Yo tengo un pata que lo hace. Y no tiene que irse hasta tan allá. Aquí nomás, a la espalda del Parque Kennedy... Le digo que no, que gracias, y me bajo frente a La Gloria, algo atontado y con ganas de borrar de un trago la conversa.
Probablemente usted habrá vivido una experiencia similar, o se lo habrán contado, en cualquier país vecino, a donde llegan los venezolanos a la búsqueda de un vericueto que les permita burlar el control cambiario, hacer una ganancia para remediar la situación y comprar unos regalos para los muchachos, mientras unos burócratas atrincherados en su incapacidad repiten que todo es culpa de la burguesía y del imperialismo, que no cejan en su empeño de destruir la economía.
La impericia indolente de quienes gobiernan nuestro país, la falta del más mínimo sentido de la responsabilidad, de vocación alguna por el estudio o la información, la guachafita ideológica en la que viven; han convertido al país en una balsa empobrecida que va a la deriva y no precisamente navegando en el mar de la felicidad. Tenemos patria, se ufanan, mientras muestran una sociedad quebrada, bajo sitio por el hampa, en diáspora creciente, empujada a raspar tarjetas como delincuentes banales.
A su alrededor hay países que en medio de dificultades prosperan, o al menos echan las bases para forjar una economía saludable que genere empresas, puestos de trabajo, atraiga capitales e inversionistas de todas partes y expanda la clase media para terminar progresivamente con la pobreza. El conservador presidente de Colombia y la izquierdista presidenta de Brasil; el exguerrillero y tupamaro presidente de Uruguay y el liberal presidente de Paraguay; el empresario presidente de Chile y la socialista expresidenta que lo sucederá en el cargo; el católico de izquierdas presidente de El Salvador, y el atildado centroderechista presidente de México; todos tienen perfectamente claro que jugar con la economía es jugar con el destino de sus países y sus habitantes. En pocas palabras, son lo suficientemente sensatos como para saber que de ideología sólo viven los idiotas y uno que otro bribón disfrazado de revolucionario.
Los nuestros crean el Viceministerio de la suprema felicidad -¡Ajajajaja! disculpen, perdí la compostura, no lo pude evitar, no sucederá de nuevo- mientras tienen a un país cercado donde sólo unos pocos, ellos, pueden viajar con comodidad, y quienes quieren venir son desanimados por la ausencia de boletos o sus exorbitantes precios. ¿Viajar es solo un vicio burgués? Bueno... saquemos la cuenta de lo gastado por los jerarcas del régimen en sus frecuentes periplos circenses. Esa tarjeta roja de viajero frecuente le ha salido costosísima a los venezolanos.
Esa es la patria que quieren para las futuras generaciones. Un país de informales, de náufragos, de rebuscadores, obligados a inventar triquiñuelas para sobrevivir, para respirar un poco sobre la inseguridad, la inflación, los anaqueles vacíos, la ausencia de futuro para los hijos: un país que se cae a pedazos, mientras ellos juegan a que son Chávez, Fidel o el Che. (Curiosamente, mientras quienes comandan en La Habana quieren dejar atrás su bobería económica, los remedadores nuestros se quieren zambullir en ella con una tonelada de plomo amarrada a las pantorrillas).
Desde hace 15 años han estado raspando la tarjeta del Estado, sin clemencia alguna, sin cariño incluso por quienes los han votado porque alguna vez creyeron en ellos. Están de salida, y lo saben, de allí las pataletas y la agresividad que los ofusca. El 8D comenzará la cuenta regresiva. Raspa tu voto, es la consigna.
@jeanmaninat