Por Luis Vicente León / Prodavinci
Es evidente que la economía venezolana está colapsada. Una paseadita por los principales indicadores de actividad, abastecimiento, inflación o inversión (cuando al Banco Central de Venezuela le da la gana de mostrarlos, aunque sea tardíamente) es suficiente para entenderlo. Desde hace rato no hay margen de maniobra y el gobierno empieza a entenderlo, así que comienza a tomar algunas medidas de ajuste, aunque intenta desesperadamente que el país masivo no se de cuenta, maquillándolas mucho y envolviéndolas en tamaño ruido de entorno que muchos aún no las han reconocido.
El problema es que tomar algunas decisiones parciales puede ser bueno, pero no suficiente para resolver los inmensos problemas de fondo que aquejan a nuestra economía.
Es clave atacar la raíz del problema, aunque sepamos de antemano que los resultados no serán inmediatos. E incluso que su aplicación será dolorosa.
El hecho de que el gobierno haya bajado el tono frente al sector privado y que ambas partes se hayan puesto a buscar soluciones conjuntas debe interpretarse como una buena noticia, pero los elementos claves siguen crudos. En especial tres que son los pilares fundamentales de la crisis. Una especie de Triángulo de las Bermudas contra el cual se ha hecho muy formalmente muy poco:
1. Control de precios
2. Control de cambio
3. Empresas estatales improductivas
Digan lo que digan en las alocuciones y ponga lo que ponga el BCV en sus informes, la inflación y la escasez muy poco tienen que ver con las acciones estratégicas de las empresas, ni con el imperio, ni con los oligarcas ni con los marcianos. Con lo que sí tienen que ver es con las inadecuadas políticas públicas que ha adoptado el gobierno nacional (éste y el pasado) durante los últimos años.
Una de ésas es la estrategia primitiva de controles de precios, que lo único que logran es impedir la expansión de la oferta nacional e incluso de la importada. En un país de alta inflación, pretender mantener congelados los precios es un evidente “espanta-oferta”. Y sus consecuencias en términos de desabastecimiento e inflación son tan evidentes que ya todos los venezolanos, de la tendencia política que sean, han notado que empolvando el problema por aquí y acomodando un número por allá no es como el gobierno resolverá este tema. Nada hacen controlando los precios de bienes que no hay (y que no habrá si no se ajustan los precios).
En medio de una escasez brutal, el gobierno puede oxigenar la oferta haciéndose el loco con algunos aumentos puntuales de precios, pero no basta con negociar —informalmente, además— unos incrementos de precios de los bienes en crisis para rescatar el equilibrio global de la economía. Sin una decisión de apertura integral, es como poner una curita para tapar una puñalada.
Ni hablar de ofrecerle al sector privado pagar sólo el 30% de las deudas comerciales que el Gobierno les había autorizado en dólares y que luego no les ha pagado, comprometiendo las importaciones de los últimos meses. Algo que se refleja en la magnitud récord de la escasez en Venezuela. Es cierto que eso es mejor que nada, pero no es ni siquiera suficiente para empezar a rescatar la confianza de los importadores. Y si bien el SICAD II es mejor que el cierre del grifo de las divisas que había antes, no ha sido precisamente una apertura fluida ni flexible, un error que sigue restringiendo el mercado.
Otras acciones como la oferta de financiamiento a la producción siempre van a poder leerse como acciones cargadas de buenas intenciones, pero que no sirven de nada sin flexibilidad de precios ni acceso a divisas.
Es bueno que el Gobierno, al parecer, haya entendido que el desarrollo sin empresas privadas es imposible, no existe, es un embuste. Pero todavía le falta entender que sus empresas públicas —entre ellas varias que antes pertenecían al sector privado y pasaron a manos del Estado en condiciones normales de productividad— hoy son un lastre. Expropiaron cementeras y falta cemento Tienen Sidor y no hay cabillas. Son suyos los centrales azucareros y el mercado está ácido. Son del Estado las torrefactoras de café y no hay ni pal negrito (¡y café con leche menos! Porque si algo no hay por estos lados… es leche).
Mientras desde el Gobierno deban anunciar a cada rato que el Estado se encargará de importar mercancía de no sé cuántos países amigos para atender la crisis de abastecimiento, está claro para los venezolanos y para el resto del mundo (en especial para los países a los que les compramos esos alimentos) que aquí estamos en una economía de guerra.
Ninguna economía moderna se basa en importaciones públicas para atender un mercado desabastecido. Ese simple dato basta para graficar la crisis.
Sí, algunos de los anuncios económicos del Gobierno tienen elementos positivos y hasta la buena disposición del diálogo con privados y es importantísimo reconocerlo, como cualquier avance que se tenga en el diálogo con el sector privado. ¡Pero todavía falta mucho para ser optimistas!
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