Laureano Márquez Blog / Editorial Tal Cual
Seamos claros: al régimen a estas alturas no le importa si para mantenerse en el poder debe liquidar a todos los que se le oponen y luego abrirles un proceso post mortem por suicidio colectivo. Debemos tener claro que con gente así estamos lidiando. Es el cinismo sin límites, mezclado con la crueldad sin límites. Esta gente quiere que desconfiemos de nuestros propios sentidos, que no demos crédito a lo que ven nuestros ojos, que veamos negro lo blanco y, si no lo ves, te muelo a palos hasta que dé tanta hinchazón en los ojos que lo veas todo negro.
Ciertamente, nosotros estamos en dictadura desde el mismo momento en que el padre del proyecto “juró” la Constitución por primera vez, solo que era una dictadura que contaba con los votos de un pueblo cuya ignorancia él supo surfear en cada ataque a la libertad. No nos caigamos a coba: aquí la dictadura se eligió democráticamente y lo malo de optar democráticamente por la esclavitud es que el proceso no es reversible.
Se convocó en 1999 a una Asamblea Constituyente al margen de la Constitución de 1961. Fue un acto inconstitucional, pero como el líder era chévere y popular, solo un puñadito se opuso. En esta primera fase, a la que podríamos llamar “dictablanda”, se cerraron medios, se acabó con la libertad de prensa, con la división de poderes y con muchos otros principios democráticos. Ahora entramos en la segunda fase, la dictadura por todo el cañón (nunca tan bien dicho), para la cual la primera etapa fue el ensayo general. Pasamos de la dictadura consentida (“dictablanda”) a la dictadura detestada. Ya no habrá más votaciones porque saben que no las ganan. Viene la fase de la dictadura sin votos y con brutal represión.
Siguiendo el modelo de su antecesor, se convoca ahora a una constituyente al margen de la Constitución, pero como ahora no se cuenta con el consentimiento de un pueblo —que lanza mensajes de amor escritos en piedras— para apuntalar la dictadura, se pretende una constituyente cuyos miembros serán electos con un método novedosísimo, tácitamente anunciado: “la mitad sería escogida por nosotros y la otra mitad por mí”.
Los orígenes del constitucionalismo son remotos y están asociados a la concepción del hombre como ser libre, lo que implica la limitación del poder que se ejerce sobre él. Dijo Tomás Paine, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, lo siguiente: “Una Constitución no es un acto de gobierno, sino el nacimiento de un pueblo que constituye un gobierno, y un gobierno sin una Constitución es un poder sin derecho”.
En esta fase entramos los venezolanos: Venezuela ya no tiene Constitución. Dependemos de la voluntad de un hombre, a la nueva Carta Magna que se sugiere, le bastaría un artículo: “lo que diga yo el Supremo”. Irrumpimos, pues, en el salvaje escenario del poder sin derecho, en el terreno de la pura fuerza bruta. La pregunta es entonces a los que tienen por ley el monopolio de la fuerza: ¿cuál es el límite?, ¿a cuántos ciudadanos están dispuestos a aniquilar?
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