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lunes, 9 de junio de 2014

Soplar y hacer botellas. Por Fausto Masó


FAUSTO MASÓ / El Nacional

No es tan fácil soplar y hacer botellas, las fábricas de botellas que estatizó Chávez no han producido ni una, ahora faltan envases de todo tipo. El gobierno está descubriendo que para arruinar empresas solo se necesita tener una enorme dosis de irresponsabilidad para acabar con una decisión lo que le costó toda una vida crear. Hasta ahora el chavismo vivía un orgasmo cuando acababa con una empresa floreciente, ahora descubrieron que sin empresas no hay producción.

Unos generales y ministros visitan laboratorios para ponerlos a producir, preguntan a los gerentes que necesitan para exportar, llaman por teléfono y sale un conteiner del puerto donde llevaba meses retenidos, vuelven a utilizar el teléfono y aparecen los dólares para pagar viejas cuentas. Pero, por desgracia, al mismo tiempo, hay otros generales y ministros visitando otras empresas para cerrarlas, multarlas. Aquí en vez de soplar y hacer botellas se dedican a quebrarlas.

¿Maduro dejó de ser chavista?, ¿se aburrió del padre eterno, del presidente inmortal? No hay maduristas, a este paso tampoco habrá chavistas.

Ahora con Maduro vivimos el simulacro del simulacro chavista donde Maduro no manda; hablan de arrasar con los especuladores y quieren que los empresarios produzcan y exporten, después que los convencieron de no invertir un centavo en el país y de que los jóvenes ingenieros prefieran trabajar de porteros en México a ganar en Caracas $100 mensuales, y arriesgarse a que los asesinen a las puertas de un centro comercial de los Palos Grandes.

Según Alexis de Tocqueville la revolución de 1848 en Francia más que un genuino acontecimiento fue una representación teatral, en que cada personaje imitaba las escenas de la genuina Revolución Francesa, se escuchaban a si mismo pronunciar frases inmortales, suponían que lo amenazaba la guillotina. Arriesgaban la vida sin exponerla, movidos por la nostalgia de tiempos heroicos, como Madame Bovary que fingía sentir una pasión en la novela de Flaubert. Francia participaba en el espectáculo, el pueblo hacía de pueblo y el rey de rey. Hasta ocurrió algo que no previó Tocqueville, Napoleón III tomó el poder, y creyó ser Napoleón I.

En Venezuela durante catorce años hubo un solo actor, el resto hizo de comparsa cansona. Chávez nos impuso también el simulacro de una revolución, pidió que adorásemos al modelo cubano, nunca hubo tantos anticastristas. Desapareció Chávez y se acabó el simulacro, Maduro ahora se dedica a encarcelar y perseguir opositores.

Los cubanos morían en África, o en Vietnam, los militares venezolanos juraban fidelidad al árbol de las tres raíces, formaban empresas de construcción con testaferros, compraban BMWs y a los venezolanos comunes les entregaban dólares baratos para viajar, esa manguangua se acabó. En su programa.

¿Cuál fue la verdad del simulacro? Puro humo, ruido, agitación y miseria. Porque el gobierno de Chávez fue un coito interrumpido.

Ahora, ¿a cuál Maduro tomar en serio, al del discurso de ayer, o al del discurso de anteayer? La gente no le hace caso, agobiada por el desabastecimiento y la escasez y por los precios que no cesan de aumentar. Es pavorosa la desesperación de empresarios, particulares, simples amas de casa, que andan buscando un repuesto para que la nevera, o la maquinaria le funcione, mientras tanto algunos dirigentes de la oposición cometen el error de seguirla la corriente al gobierno con el cuento del magnicidio, se defienden, dan explicaciones…

Maduro ignora donde está parado, sueña que por arte de magia el país produjera, algo imposible porque ni se atreven a cambiar la ley del trabajo, quieren hacerlo todos los aumentos de precios, sin comprometerse, por debajo de la mesa. Soplan y soplan y ni hacen una botella. Maduro respira tranquilo, por ahora. Esta semana acabó con el diálogo y las noticias de manifestaciones no salen en televisión, puede dedicarse e a romper botellas, ignora que las circunstancias económicas, el no tomar decisiones, están creando las condiciones para una tormenta perfecta. Paciencia.



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