Luis Vicente León / Prodavinci
1. ¿Por qué el aumento de la gasolina es inminente?
Todos sabemos que el incremento del precio de la gasolina es una decisión correcta. ¿Que no es popular y en Miraflores no están muy bien en ese aspecto? Sí, es cierto, pero es una decisión racional, lógica e indispensable para atender la crisis.
La actual caída que sufren los precios del petróleo (y que Arabia Saudita no se ve muy dispuesta a combatir) amplifica el hueco fiscal y hace necesario que se apliquen mecanismos compensatorios.
El subsidio a la gasolina en Venezuela (ineficiente y mal orientado) representa grandes pérdidas para la Nación. Estamos hablando de una cifra superior a los 7 mil millones de dólares al año en costos directos y otro tanto en costo de oportunidad.
Ahora bien: para que tenga sentido e impacto, el ajuste del precio de la gasolina debe ser enorme, así que el gobierno va a tener que cuidar las formas y eso explica por qué demora su aplicación. Es obvio que el Presidente trata de servir la mesa antes de aumentar la gasolina, colocando el tema sin apuro en la opinión pública y, de inmediato, vinculándolo con la inversión social que se financiará con ella.
2. ¿Cómo van a validar una decisión tomada tan tarde?
El Presidente ha tomado la ruta clásica de validación: hablar del tema, acostumbrar a la audiencia, darle un sentido social y luego ejecutar el aumento.
Pero más allá de la forma que han elegido para hacerlo (algo importante), la clave es que el gobierno abandone la torpe estrategia de mantener congelada la gasolina.
Vale la pena aclarar que hay acciones previas que se han ido aplicando lentamente y lejos de los micrófonos. Por ejemplo, el gobierno ya ha reducido las ayudas a Cuba y a Petrocaribe, pero eso, comparado con la magnitud de dinero del subsidio interno a la gasolina (y con el dinero que el gobierno necesita), es nada.
Esta crisis obligará también al gobierno a reducir los gastos de la chequera del apoyo internacional. Pero eso es condimento, digamos que apenas un contorno: los platos principales acá son la devaluación del bolívar y el aumento de la gasolina.
Y en Miraflores lo saben.
Sin embargo, hay muchos que no entienden que la crisis apenas está comenzando. Y voy más lejos: hay quienes todavía se hacen los locos con la idea de que las decisiones para enfrentar la crisis serán muy dolorosas, aunque se use cualquier tipo de anestesia.
Y es posible que estén dejando pasar una gran oportunidad. Éste es un momento ideal para lograr acuerdos nacionales que den viabilidad a un ajuste que permita evitarnos el colapso económico (porque la política vendrá después). Si el gobierno no logra implementar un ajuste económico racional, que esté acompañado de una estrategia económica y comunicacional que se encargue del control de daños, los primeros que lo pagaremos somos usted y yo.
Pensemos lo siguiente: si el gobierno decidiera no ajustar gasolina y devaluar la moneda, la única alternativa que les quedaría sería la comunicación del país. ¿A usted eso le parecería mejor?
3. ¿Qué sería lo más difícil de un ajuste así?
El presidente Maduro deberá tomar medidas económicas costosas justo cuando el chavismo tiene la popularidad más baja en 17 años. La aceleración de mensajes de apoyo y de subsidio a la población no es sino un anticipo de la crisis que se espera y de las medidas que sabe que, inevitablemente, habrá que tomar.
No hay posibilidad de salir ilesos de una caída severa de los precios del petróleo, algo para lo que su gobierno no se preparó, como hicieron por ejemplo los países petroleros del Medio Oriente. Y en medio de procesos de ajuste tan severos, la ruta de resaltar las compensaciones y los subsidios internos es racional.
La experiencia dice que los mayores problemas de un ajuste provienen de implementarlo sin suficiente soporte y compensación social. Y los anuncios iniciales del Presidente se concentraron nada más en la compensación. El problema ahora es que eso no es más que el cuidado de las formas, dejando aun pendiente el fondo.
El corazón del problema está en lo que hay que ajustar: el déficit fiscal es enorme y tiende a empeorar, así que el gobierno requiere aumentar ingresos y reducir gastos.
Los ajustes son inevitables y el gobierno sólo tiene dos opciones: o aplica un ajuste encubierto o radicaliza la toma económica del país por parte del Estado, lo que a juzgar por su eficiencia actual sería la antesala del colapso. Las dos tienen costos, pero en el primer escenario esos costos son pasajeros, mientras que en el segundo se convierte en un porfiao.
4. ¿Pero están haciendo realmente algo de fondo?
El ajuste en el precio de la gasolina es apenas una pata del pentágono de acciones requeridas. Y es una buena noticia que ya al parecer se dé por descontado, porque las modificaciones en el sistema cambiario y el sector petrolero vendrán con mucho menos anuncios y rapidez.
Pero esto es sólo una pequeña parte de la historia.
Esta crisis que estamos viviendo se explica por las políticas económicas que han desestimulado la inversión y la producción privada… y si no resuelves eso, no resuelves nada.
Mientras el país pide a gritos más empresas, más producción y más bienes, lo único que se escucha desde el Ejecutivo Nacional son más controles, mas amenazas y más impuestos.
Sacar, a estas alturas, un paquete de reformas fiscales que vengan a agregarle una carga más al sector productivo, en lugar de modificar los obstáculos que lo limitan, es ir precisamente hacia el lado contrario.
En dos platos: si la crisis está determinada por la falta de producción e inversión privada, las medidas tributarias anunciadas sólo amplifican el problema, agregando peso a los pocos que quedan produciendo internamente.
En una crisis de oferta, lo racional es desarrollar estrategias agresivas de estímulo a la producción. En las declaraciones del gobierno sólo estamos viendo lo contrario. Pero la verdad es innegable: la única manera de combatir el desabastecimiento y la inflación (que ya amenazan con sus colmillos desde 2015) es promover la inversión y la producción.
5. ¿Qué piensan los venezolanos de esto?
Mientras el resto de los países de la región están peleándose por promover inversiones privadas que permitan aumentar la producción, con rutas de trabajo conjunto y evitando la hostilidad, en Venezuela se habla de medidas agresivas y recesivas que sólo pueden amplificar el problema económico del país.
No puede haber pan sin panaderías, ni carne sin carnicerías ni leche sin lecheras. Y cuando amenazan a una empresa, quienes entran en mayor peligro son sus trabajadores y consumidores, pues ellos son los más afectados.
El éxito económico de un modelo no se mide en función de la tasa de impuestos que un gobierno decreta, sino en el número de empresas que generan riqueza al país (y que luego pueden ser pechadas). Y la calidad de vida de los ciudadanos no la determina el número de fiscales que salgan a cerrar negocios, sino en el número de bienes y de opciones que se consiguen en el mercado.
Así que tanto la economía como la popularidad del presidente Maduro y su gobierno recibirían aire fresco si atendieran la demanda de 90% de venezolanos que creen que el Estado debe trabajar junto a la empresa privada.
El gobierno podría conectar con las masas nuevamente a través de una política económica racional de promoción de la inversión privada, pero avanza en dirección opuesta. El contrasentido es hablar hoy de más controles, más amenazas y más impuestos e invitar luego a la inversión extranjera a entrar a este paraíso.
Un país se construye a partir del trabajo conjunto entre el gobierno, el sector productivo y la sociedad civil. Sin eso, no hay un país sino un terraplén.
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