Laureano Márquez / El Nacional
“El humorista es un hombre que se detiene
al borde del camino y contempla el paso de la vida.
Ante las humanas miserias le nace, alma adentro,
una inmensa pena que cuando llega al cerebro
ya se ha hecho risa’’.
JOSÉ FRANCÉS
El humor, según Zapata, es una manera de ver el mundo, casi un defecto con el que vienen algunas personas que dicen cosas absolutamente serias que causan gracia a los demás. La generación a la que pertenezco ha aprendido a ver el mundo, y a desentrañar las particulares complejidades —o simplezas, según se vea— del pedazo de él que nos toca, a través de los ojos de este hombre. Pero, además, para los que tenemos especial interés en el humor, Zapata se constituyó en un verdadero maestro, no para apabullarnos con su sabiduría, sino para orientar con su ejemplo, inspirarnos a encontrar lo que cada uno lleva por dentro y darle forma a nuestro estilo. Por eso, estas líneas están escritas desde el agradecimiento, a quien no se ha ido, sino que por el contrario se queda para siempre en un eterno presente resucitando cada vez que alguien piensa y sonríe.
Benjamín Jarnés precisó las que, para él, constituyen las características fundamentales del sentido del humor: gracia, verdad, bondad y poesía. Cuatro elementos que han estado siempre presentes como hilo conductor de la obra humorística desarrollada por Zapata.
Según los teólogos, la gracia es un don gratuito de Dios para la salvación del hombre. Los estudiosos del humor, por el contrario, ven en ella la cualidad terrena que mueve a la hilaridad, a lo festivo y, en definitiva, a la risa, que conecta nuestro intelecto con las debilidades humanas que nos son propias, transformándolas, a su vez, en pensamiento, en un proceso dialéctico que nos hace más llevadero el peso de ser hombres. A pesar de las aparentes diferencias, los dos puntos de vista se orientan a un mismo fin, porque quien derrocha gracia humorística, de la forma en que lo hace Pedro León Zapata, es porque muestra, evidentemente, que eso a él le sale totalmente gratis. Eso que explica por qué todo el mundo siempre le pidió portadas y dibujos para libros, ilustraciones para afiches y todo tipo de colaboraciones sin que a nadie se le pasase jamás por la cabeza preguntar: “Zapata: ¿cuánto te pagamos?”.
Siguiendo con la gracia, en la medida en que nos hizo partícipes de su obra, Zapata nos redimió produciendo en nosotros una sacudida reflexiva, dándonos la esperanza de un mundo en el que vence siempre la inteligencia, contrastando con la cotidianidad a la que nos enfrentamos. Esto hace que los dolores de la vida sean más fáciles de soportar y, en ese sentido, nos salva, porque el humor es siempre salvación, una especie de adelanto del cielo en este mundo.
El humorismo tiene, además, la peculiaridad de que es una manera de ver la vida reñida con eso que suele llamarse verdad, que alude, casi siempre, a la verdad oficial, a la que decreta quien cuenta con instrumentos para imponerla, es decir, el dueño del poder. Como dijo Zapata tantas veces y su obra corrobora: el humor se enfrenta siempre al poder, su fuerza reside en el hecho de que sea percibido por la sociedad como verdadero en relación con otra noción de verdad: la que se construye a partir de lo que la gente realmente piensa de las cosas en su fuero interno y no quiere, o, simplemente, no puede expresar.
Cuando el poder agrede, persigue o pretende silenciar al humor, como ha sucedido tantas veces, de alguna manera, implícitamente, reconoce el compromiso con la verdad que este mantiene. Celebramos las caricaturas de Zapata por la forma como ellas sintetizan lo que somos, por la manera en que expresan una verdad mucho más cercana a la gente y a sus problemas y que contrasta con la que se nos pretende imponer en cada momento desde arriba.
No se puede ser humorista sin llevar consigo una carga infinita de bondad, que se manifiesta en un profundo amor por el otro, especialmente cuando ese otro pertenece al grupo de los que han sido siempre víctimas del abandono, la indolencia y la manipulación. Zapata convirtió al rancho en un personaje con voz propia al hablar por él, al darnos el punto de vista de quien históricamente ha sido dejado de lado. Zapata apunta con su pluma a un hombre arrinconado y le dice: “Uno se la echa de humorista, pero no se burla de ti”, recordándonos que el humor nunca puede ir en contra del débil, sino que es la expresión de sus angustias, larga y dolorosamente acumuladas.
Por último, la obra humorística de Zapata está llena de poesía, es decir, de expresión artística de la belleza, que es como suele definirse propiamente a esa forma literaria. Por eso, en muchas ocasiones nos sentimos conmovidos por alguna caricatura suya que nos toca especialmente. Estos cincuenta años de zapatazos nos transmitieron un estado de ánimo, la coherencia en su visión del mundo, un compromiso ético con la vida y el goce estético que produce siempre la fiesta de la inteligencia que iguala a todos los seres humanos con el artista, que es capaz de expresarla, al hacernos partícipes de su genio. Es en este sentido que podemos afirmar de manera contundente y rotunda, sin temor a equivocarnos que —en la medida en que nos hizo parte de su ingenio— Zapata somos todos. Viviremos en su obra tanto como él vivirá siempre en nosotros como luminoso faro espiritual de bondad y bien.
Laureano Márquez P.
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